Vosotros, sin embargo, no hacéis que los muertos resuciten, sino que sus cadáveres perduren
Al fundador de su mundo, llamado Lenin, lo depositaron en una urna de cristal tras haber fallecido. Embalsamaron su cadáver y le inyectaron parafina en las mejillas para que pareciera incólume durante décadas, como un vivo dormido, no como un muerto. —Tú nos lo has arrebatado — dijeron los barrenderos a la muerte— pero nosotros te demostraremos que lo conservamos. Y así revelaremos al mundo entero cuál fue su aspecto mientras vivía. Vosotros, sin embargo, no hacéis que los muertos resuciten, sino que sus cadáveres perduren. Impedís su descomposición. ¿Por qué un cadáver no habría de convertirse en polvo y en ceniza? ¿Está hecho acaso el ser humano de cera y parafina para que haya de convertirse en cera y parafina? Y si tanto respeto tenéis al muerto, según decís, ¿no veis que no hay que exponerlo como expone un barbero sus bustos de cera empelucados? ¿Qué estáis haciendo tan ufanos contra mí, contra la muerte? No me habéis arrebatado nada; os habéis quitado a vosotros mismos la dignidad; la vuestra y también la de vuestro difunto».
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